Sergio de Carabias

Sergio de Carabias

lunes, 7 de octubre de 2013

Cabrera bajo el mar




     Cuando se llega al puerto de Cabrera, sorprende al visitante la visión nítida del fondo del mar sobre el que crecen las praderas de posidonia entre manchas de arena.


Bahía de Cabrera desde el monte Picamoscas.



     En un intento de explicar el porqué de esta transparencia, indudablemente se pensará en la lejanía a las zonas urbanas que con sus vertidos intoxican los mares. Es, por tanto, el aislamiento geográfico un buen punto de partida para mantener unas aguas límpidas y claras. Otro motivo, más oculto pero no por ello menos importante, es la escasa pluviosidad que se registra en Cabrera. Las lluvias en el archipiélago son recogidas por una vegetación ávida de agua, y absorbidas por un terreno cuya geología kárstica atrapa prácticamente hasta la última gota.

     En sitios lluviosos, las aguas arrastran las materias minerales del suelo, los nutrientes, hasta los ríos, y a través de ellos hasta el mar. Los factores que condicionan la proliferación de las algas son la luz solar y un aporte equilibrado de nutrientes. A partir de los vegetales marinos se construye un entramado de relaciones tróficas de cuya complejidad dependerá el ecosistema que se erija apoyado en ellas.

     Sin embargo, con lo poco que llueve en Cabrera, unos 360 mm de precipitación de media anual, difícilmente llegan hasta el mar nutrientes por escorrentía. Las aguas marinas de los alrededores de Cabrera son catalogadas por ello entre las llamadas poco productivas u oligotróficas.

     En este medio físico tan poco generoso, se ha establecido un conjunto de ecosistemas cuyos integrantes están perfectamente adaptados y que demuestra que unas aguas pobres no son sinónimo de unas aguas sin vida.

     La biomasa de los seres presentes, animales y vegetales, crece lentamente año tras año: el mero, el cabracho, la nacra, la langosta y la posidonia apuestan por la longevidad, por acumular año tras año aquello que tan escasamente les es ofrecido. No podía ser de otra manera. No cabe soñar para Cabrera la productividad de los grandes bancos de bacalao de Terranova, que reflejan el aporte de nutrientes de los ríos americanos y las corrientes marinas atlánticas...



     La segunda agradable impresión que experimentaremos en las aguas del Parque, es que los peces proliferan por doquier. Al introducirnos bajo el agua ataviados con gafas de buceo podremos observar importantes bancos de peces gregarios como las salpas (Sarpa salpa) que pastan perezosamente los brotes de posidonia.



Banco de Salpas "Sarpa salpa"
 

     Una prospección más detallada nos revelará a los individuos solitarios, como el pez Doncella (Coris julis) que no dudará en salir de su escondite para comprobar quién osa acercarse.




Pez Doncella "Coris julis" macho.



     Otro pez también de costumbres territoriales es el mero. En las aguas de Cabrera son dos las especies que podemos encontrar: Epinephelus guaza de tonos ocres y granates, y Epinephelus alejandrinus a rayas longitudinales. Gracias a la prohibición de la pesca deportiva, su número se ha incrementado y ahora pueden ser vistos con facilidad en las cercanías de sus guaridas, holgazaneando de día sobre las rocas cubiertas de algas, con las que se confunden fácilmente, con la tranquilidad del que se sabe prácticamente invisible.



 
Simpática pareja de meros con pulpo entre ellos.
Esquina inferior izquierda: Epinephelus guaza. Esquina superior derecha: Epinephelus alexandrinus.



















     En las oquedades más angostas abundan los pulpos, algunos de notable tamaño. Es un gusto observarlos en su pausado sifonar y, más aún, cuando surge la oportunidad de verlos desplazarse a gran velocidad.










     También es posible sorprender alguna sepia levitando sobre el fondo arenoso. Al sentirse intimidada cambiará su coloración para intentar pasar desapercibida o confundir al posible depredador. En caso de no calmarse la situación, no dudará en disparar un pegote de tinta gelatinosa para desaparecer nadando a toda velocidad...






     Sin embargo, el otoño llega, como para los bosques caducifolios, también para la pradera de Posidonia. Ha llegado el momento de desprenderse de las hojas viejas que, cubiertas de algas epífitas ya no pueden realizar adecuadamente la fotosíntesis. Habrá que esperar al resurgir de la primavera para verla lucir nuevamente verde en todo su esplendor...





Pradera de "Posidonia oceanica".
 



     Esta entrada está dedicada a Iñaki y sus dos amigos ya que, sin su cámara acuática y su generosidad, no hubiera sido posible ilustrar nada de lo que aquí se ha contado...


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